La abeja melífera (Apis mellifera L.), llegó al Continente Americano, como una consecuencia más del impacto que las diversas colonizaciones europeas2 provocaron en la vida de los pueblos autóctonos, conocedores ya de la miel y la cera que obtenían de las abejas meliponas o nativas sin aguijón, con las que convivían.
El desarrollo tecnológico de la nueva apicultura (siglos XIX y XX), ocurrió a expensas de los avances que acaecían en la apicultura europea y que los propios colonizadores trasmitían o ponían en manos de aquellos que, con mayores recursos económicos podían comprarlo, predominando en estas tierras una apicultura familiar, rústica, de subsistencia o jobista, enfocada a cubrir los más urgentes reclamos de alimento energético, edulcorante o medicinal: la miel; y para el alumbrado o las prácticas religiosas: la cera; elementos indispensables de nuestras culturas.
Por la abundancia de flores melíferas, las bondades climáticas de los diversos ecosistemas latinoamericanos; la rápida y eficaz adaptación del insecto a estos y el desarrollo de la agricultura la apicultura cobró auge, creándose un fuerte arraigo y sentido de pertenencia por una actividad además, económicamente redituable, dejando ganancias significativas a quienes la practican con acierto, aún cuando formen parte de los sectores sociales más desposeídos.
Los productos que se obtienen de las abejas, el valor nutricional, medicinal y de interés para la industria; el papel de la abeja en la polinización y el equilibrio de los ecosistemas, asociado a la evolución social que la actividad ha tenido, explica la razón por la cual la apicultura ha ganado un espacio de interés económico y se inserte hoy como una especie más dentro de la rama agropecuaria de nuestros países.
Sin embargo, no todas las personas están dispuestas a incursionar en el mundo de las abejas. Unas por temor a la molesta picada y otras, por la necesaria sensibilidad, habilidad y capacidad que se requiere posean aquellas que se dedique a ésta, de modo que sean capaces de captar y comprender las variaciones del medio e interactuar con flexibilidad y precisión entre la abeja y los ecosistemas. A diferencia de otras especies, el hombre no puede circunscribir las abejas a un territorio, ni prescindir de protección.
Dra. Mayda Verde Giménez- La Habana -Cuba.
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